La historia tiene
mucho de poesía, cuando tenemos datos volamos a reconstruir un pasado del que
ignoramos demasiado. Sin embargo, mientras vamos leyendo o estudiando información
nuestra mente comienza a navegar, a sentir el frío gélido de cruentas batallas,
el calor asfixiante cruzando desiertos, el olor del mar en una carabela, la
pestilencia de las calles, los idiomas tan distintos en tan poco espacio, las
caras de los personajes que nos vamos encontrando, las manera de sonreír, la
tonalidad de sus voces, sus vestidos ricos o pobres, su forma de amar, el
incienso en las iglesias, la forma de mirar las torres de las catedrales, su
cansancio al terminar la jornada, las camas en las que descansaban, sus pies y
hasta los baños en el río de su ciudad en tardes de verano.
Por eso a la historia
la acompañan otras muchas ciencias, por ejemplo, qué interesante es saber el
clima, aproximadamente, de cada momento. Si los veranos eran cálidos o suaves,
si los inviernos eran gélidos o templados, si nevaba con abundancia. O cómo era
la vegetación que les rodeaba, el paisaje o qué comían y bebían
Esas ciencias que
acompañan a la historia, a veces, se convierten en la poesía que acompaña las
noches después de leer páginas y páginas de libros de historia.
El día que la historia
deje fuera el halo poético será inmensamente dolorosa.
David J. Calvo