Ayer
por la tarde, como otras tardes, salí con mi hija y sus patines, le encanta
patinar. Debajo de casa hay un paseo, se conoce como Parque Lineal, es ideal
para pasear, patinar, caminar o correr. Mientras ella patina yo paseo y, a
veces, miro a las personas con las que nos cruzamos.
Hace
ya un par de años, quizá más, vengo observando a un señor mayor, probablemente
cerca de los ochenta años. Todas las tardes que paso, sea cual sea la estación
del año, sale a pasear con su hija. La debe recoger de un centro cercano que
hay de adultos discapacitados, creo que psíquicos.
Sentados
tomando el sol de primavera o buscando los últimos rayos en las fugaces tardes de
otoño, paseando las frías tardes de invierno, buscando alguna sombra en las ardientes
tardes de verano. Cuando pasean van de la mano o agarrados, tanto para que ella
no tropiece como por un amor incondicional que se percibe en sus formas. ¡Todas
las tardes!
Tenemos
muchos héroes cerca. Llevan gorra y abrigo en tardes gélidas como la de ayer.
Llevan amor caliente en el corazón y cariño en su voz. Llevan las manos llenas
de ternura y caricias. Llevan sus pies cansados al placer de estar con quien
les apetece estar.
Los
miro cuando paso, les doy las buenas tardes, la mujer pregunta algo al padre
sobre mi hija o sus patines, el hombre me sonríe y yo pienso que alguna vez, solo
alguna vez, los hombres buenos se merecen unas palabras de cariño o una sonrisa
de cercanía.
Si
miráis a vuestro alrededor, seguro que encontrareis héroes, de esos que la vida
nunca consigue derrotar, de esos que angustiados ganan batallas al desaliento.
Hombres
buenos, mujeres buenas en cada plaza, en cada calle.
David J. Calvo