Una
noche de verano
y con una gaviota casi en mi
costado,
una botella vacía me recordaba
vagamente la madrugada;
los besos que no existieron
sabían a whisky barato,
el sonido arrítmico del mar
mezclado con el alcohol
habían conseguido dormirme
después de meses de vigilia,
ahora la luz dañaba con violencia mis ojos,
¿dónde estarían las putas gafas?
Me levante y saludé al tío que
pitaba
con la peor de mis sonrisas;
amanecía en un mediterráneo
cálido,
repleto de cadáveres olvidados
y sueños a borbotones que no
deberían romperse;
llegaron dos hombre con sombrillas,
hay gente que sirve para joder las vistas;
ya ni el recuerdo se acordaba
que fue el mar del amor
de veranos que ahora son de
otros.
Era evidente que necesitaba un
café y una ducha
para aclarar las ideas
y digerir la resaca con cierta
dignidad,
si es que todavía me quedaba
algo.
David
Calvo