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Nosotros
hemos nacido en la cara A del mundo, donde tenemos comida, playas, piscinas,
ordenadores, calefacción, aires acondicionados, juegos, libros, espejos,
sillas, duchas, ventanas, aviones, fotos, puertas, ropa, coches y un largo
etcétera de cosas materiales que se supone nos hacen más felices. ¿Seguro?
En
pequeñas dosis nos han ido vacunando contra todo. A casi nadie se le revuelve
el estomago cuando vemos muertos en la tele a la hora comer. Muertos en el
mediterráneo, tan cerca para sentirlo tan lejos. Seguimos con nuestra comida,
con nuestra comodidad irrenunciable y con nuestro corazón duro como una roca que
ni siquiera es capaz de llorar. Inmunizados contra todo seguimos vidas vacías,
preocupados por el dinero, por un coche nuevo, por una casa mejor, por una
camisa, por las gafas de moda, por un jugador que cambia o no de equipo, por
ganar más dinero, por sueños materiales que no valen nada.
Eduardo
Galeano, no recuerdo la frase exacta, decía que si educas a los hijos como
ricos los harás pobres, pero si los educas como pobres serán ricos. Ricos y
pobres, en el sentido verdadero de la vida. En ese que merece la pena.
En
este mundo hacen falta las palabras, no para decir chorradas, esas nos sobran,
sino para mirarnos el corazón, para bucear en nosotros mismos.
¿Cuánto
vale un paseo?, ¿cuánto una sonrisa?, ¿cuánto un abrazo?, ¿cuánto una
conversación?, ¿cuánto decir “lo siento”?, ¿cuánto ayudar a los demás? Pues
parece lo más caro del mundo. Podríamos seguir preguntándonos casi eternamente.
“Que
el corazón no se pase de moda”, Joaquín Sabina en la canción Noches de boda.
Noticia
de ABC
Cinco niños aparecen ahogados
al intentar alcanzar la isla griega de Kos desde Turquía
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