Todo
lo que no sabemos son montañas de libros sin leer, miles de pinturas que no nos
hemos parado a mirar, sabios que no hemos llegado a descubrir, sinfonías que no
han atravesado las entrañas, ciudades sin grabarse en nuestras retinas, mares
en los que no sumergiremos nuestros cuerpos desnudos, personas que por no
conocer no aprenderemos de ellas,… En definitiva, vuela el peso de lo que se
ignora sobre nuestras cabezas y corazones, por lo menos a mi pesa toneladas.
Hoy,
una simple conversación, me llevaba a Juan Bautista Maíno o Fray Juan Bautista
Maíno. Más concretamente a sus obras realizadas para la Iglesia Conventual de
San Pedro Mártir, en el que he pasado, como mínimo, unas cientos de horas.
Todavía más específicamente, la conversación se encaminaba a una obra, La Adoración de los Reyes Magos.
Juan
Bautista Maíno nació en Pastrana en el año 1581 y murió en Madrid en 1649.
Posiblemente, es uno de los maestros más desconocidos de la pintura española.
Conoció a Lope de Vega, Francisco Pacheco, Jusepe Martínez o Antonio Palomino
entre otros, le admiraron en el plano personal y en el pictórico. Es verdad,
que su ingreso en la orden domínica en 1613 relegó su trabajo pictórico a un
segundo plano.
Sobre
el año 1600 pasó a Italia donde tuvo una gran formación pictórica. Aprendió de
Caravaggio, con su revolucionario naturalismo, pero también de Carracci y la
escuela boloñesa. De ese aprendizaje destaca su dibujo vigoroso y descriptivo,
la gran monumentalidad escultórica de sus figuras y un colorido vivo, entre
otras muchas cosas.
En
febrero de 1612, Maíno firmaba en Toledo el contrato para las pinturas del
retablo mayor de la Iglesia Conventual de San Pedro Mártir. Realizó las Cuatro
Pascuas, es decir, las fiestas mayores del año eclesiástico. La Adoración de los Reyes es, sin duda,
la más importante; pensada para ocupar el lado de la epístola.
Como
una imagen vale más que mil palabras, dejo una reproducción de la pintura para
que conozcamos a Juan Bautista Maíno.
David J. Calvo Rodríguez