Balas sin
nombre
A
veces huye el sueño
y
la madrugada se escabulle por mi ventana,
los
amaneceres rencorosos
me
dejan en vilo toda la mañana,
dejas
la pistola en el armario
y
tengo miedo que te hayas dejado mi última bala.
Se
paran las manecillas de un reloj que no existe,
los
besos desabrochan los botones
de
un pianista ebrio de melodías,
los
poetas malditos se beben las copas
con
la desesperación de la despedida,
se
masturban las solteras
que
sueñan con ser casadas,
llora
el éxito por su último fracaso
y
la luna juega con el vino
de
la copa cálida de una noche de verano.
La
soledad se acuesta conmigo
el
misterio insondable se refugia en la mirada
ávida
de vida, dueña de supervivencia,
avariciosa
de sueños locos,
helada
como la sinfonía de los cortos días de invierno
en
el mar del Norte.
Sin
embargo, cada día es un prodigio,
con
risas limpias,
con
la gloria destrozada a jirones,
con
las calles nuevas en la alborada,
con
los dolores del alma,
con
el frescor en los rostros,
con
los espejos rotos.
David
J. Calvo Rodríguez
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