Cuando
la vida se pierde dentro de un poema, cuando nos sumergimos en sueños que nos
llevan a otras vidas ya vividas, cuando el amanecer nos dice adiós por primera
vez, cuando por los caminos ya no pasa nadie, cuando llega el otoño y te pilla
desnudo, cuando se escapa una lagrima por las heridas que no dejan de sangrar,
cuando los corazones dejan pasar los días como si fueran gratis, cuando a la
rutina la mandamos al carajo,…
Cuando
todo pasa vivimos, pero de qué manera, a qué precio. Cada día que nace es un
reto, un desafío, una provocación para pelear por todo en lo que creemos.
Cuando dejamos de combatir, de luchar, de dejarnos la piel estamos muertos,
aunque nos levantemos cada mañana, aunque cada noche sospechemos antes de
dormir, aunque hagamos todo el día lo que tenemos que hacer (¿seguro?).
Para
luchar hay que escaparse; hay que salir por la puerta de la mediocridad; hay
que mirar al mar para pisar tierra firme; hay que creer en el pan para todos de
cada día; hay que sentir que vivir es una fiesta; hay que tener, por lo menos, diez
espejos donde vernos vivos; hay que escuchar el violín de la felicidad; hay que
ser riguroso con los poderosos y flexible con los débiles; hay que levantar la
voz y no dejarse humillar; hay que ser libre para poder gritar.
Que
el trabajo más amargo sea el del que pone la cicuta en el café de cada uno de
nosotros. El mismo que nos quita el pañuelo cuando tenemos mocos y nos lo da
cuando ya estamos recuperados. ¡Qué mala leche!
David
J. Calvo Rodríguez
Totalmente de acuerdo. Qué bien explicado. Hablas por lo que los demás nos cuesta expresar. Gracias David. Lola.
ResponderEliminarGracias Lola. Eres un encanto.
EliminarA mí lo que me pasa con estos textos tan profundos es que no hago pie y me hundo.
ResponderEliminarDiógenes no te hundas que detrás vamos todos. Abrazos.
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